"ES COSA DE JOVENES"

Todos los días vemos o leemos sobre el botellón y los jóvenes. Quien no ha visto un adolescente borracho o bajo los efectos del alcohol. Con mayor o menor agrado justificamos los comportamientos, conductas, y consecuencias de estos jóvenes. Que si falta mano dura, que si falta educación, que si información, …

Pero existe una realidad que escuece y que cuesta asumir, existen jóvenes con problemas de adicción. Es decir, existen alcohólicos/as de 14 años o de 17 años.
Decidle a un padre que su hija de 16 años es una alcohólica es muy duro. Los padres No lo van a reconocer y alegaran que “es cosa de jóvenes”. La familia, en su afán de protección encubrirá y silenciara el problema. Mientras el joven seguirá manteniendo y agravando su adicción. 

Evidentemente no todos los jóvenes son adictos, pero entre el grupo se esconden casos que necesitan ayuda. La gran barrera inicial es reconocer la adicción. Con la justificación de que “todos lo hacen”, convertimos al adicto en uno más del grupo, minimizando sus problemas y consecuencias. 

Se hace una ley Anti botellón, se limitan los espacios de consumo de alcohol, se regula la edad de consumo, …. Pero no se ha establecido ningún plan de actuación con aquellos que tengan problemas de adicción. Ningún político o asistente social le quiere decir a un padre su hijo es alcohólico. 
Es la sociedad la que debe velar por sus jóvenes. Y debiera de haber mecanismos sociales y legales para rehabilitar a un menor, independientemente de las actuaciones de los padres. Si existen mecanismos para intervenir en casos de malos tratos familiares, por que no existen mecanismos para intervenir en casos de adicciones.

APRENDER A EQUIVOCARSE

Todos hemos conocido chicos y chicas pequeños que acaban siendo personas raras por culpa de una especie de terror a hacerlo mal.
Ese chico, o esa chica, a lo mejor no quiere jugar al fútbol o al baloncesto en el colegio, porque dice -y no es para tanto- que no juega bien. O jamás sale voluntariamente a la pizarra, porque le aterra la posibilidad de no saber contestar perfectamente. O no quiere participar de un juego que no conoce, porque no quiere arriesgarse a ser el perdedor hasta que haya conseguido dominar bien todas sus reglas.
Los perfeccionistas son personas que tienen cosas muy positivas: creen en el trabajo bien hecho, procuran terminar bien las cosas, ponen ilusión en cuidar los detalles.
Pero tienen también bastantes negativas: viven tensos, sufren mucho cuando ven que no siempre pueden llegar a la suma perfección que tanto anhelan, su minuciosidad les hace ser lentos, y con frecuencia son demasiado exigentes con quienes no son tan perfeccionistas como ellos.


Una de las cosas más difíciles de aprender es a equivocarse. No me refiero al hecho en sí de fallar, de cometer un error, que eso es muy fácil. Hablo de equivocarse y no venirse abajo, de saber reconocer un error sin sentirse terriblemente humillado. Que no nos suceda como a Guille, el hermanito de Mafalda, aquella vez que su hermana lo encontró llorando desconsoladamente:

-¿Qué te pasa, Guille?
-Me duelen los pies -responde entre pucheros.
Mafalda se fija en los pies del crío y le explica:
-Claro, Guille, te has puesto los zapatos cambiados de pie, al revés.
Guille, tras un instante para comprobar el hecho indiscutible, comienza a berrear más fuerte. Mafalda le interrumpe:
-¿Y ahora?
-¡Ahora me duele mi odgullo!

Los fracasos son algo connatural al hombre, le siguen como la sombra al cuerpo. Todos nos equivocamos, y normalmente más de lo que creemos. Por eso, cuando los perfeccionistas se derrumban al comprobar que no son perfectos, demuestran con ello ser personas que cuentan poco con la realidad.
Debemos aprender a darnos cuenta de que no es una tragedia equivocarse, puesto que la calidad humana no está en no fallar, sino en saber reponerse de esos errores.

Durante muchos años, la enfermera australiana Bronnie Ware estuvo al cuidado de personas en su lecho de muerte, a las que preguntó sobre aquello de lo que se arrepentían. Ware agrupó estas cuestiones en cinco bloques y escribió sobre ello. 

Casi cabría hablar de cinco mandamientos en lugar de cinco arrepentimiento.
Un detalle interesante es que los lamentos de los moribundos se refieren a cosas que no hicieron: la gente no parece arrepentirse de algo que sí hizo. Quizá porque, como dijo Ware en declaraciones a la BBC, “todo lo que hacemos en nuestra vida, bueno o malo, nos ayuda a aprender algo. Por eso es más común arrepentirse de algo que no hicimos”
Estas son las cinco principales cosas de las que se arrepienten los moribundos, de acuerdo con Ware:
1. Ojalá hubiera tenido el coraje de ser fiel a mi mismo y vivir la vida que quería en lugar de la que otros esperaban de mi.
“Este es el arrepentimiento más frecuente. La mayoría de la gente no ha cumplido ni la mitad de sus sueños y va a morir con el conocimiento de que esto se debe a las decisiones que ha tomado o dejado de tomar. La salud trae consigo una libertad de la que muy pocos son conscientes hasta que ya no la tienen”.
2. Me gustaría no haber trabajado tan duro.
“Es la reflexión de todos los hombres a los que cuidé. Echan de menos la infancia de sus hijos y la compañía de sus parejas. Se arrepienten profundamente de haber pasado tanto tiempo en la rutina de una existencia dedicada al trabajo”.
3. Ojalá hubiera tenido la valentía de expresar mis sentimientos.
“Muchas personas suprimieron sus sentimientos para evitar conflictos. Como resultado, se conformaron con una existencia mediocre y nunca llegaron a lo que podrían haber sido capaces de alcanzar. Muchos desarrollaron enfermedades relacionadas con la amargura y el resentimiento”.
4. Me gustaría haber estado en contacto con mis amigos.
“A menudo no se percataron de lo valiosos que son los viejos amigos hasta que llegaron al final. Todo el mundo que está muriendo echa de menos a sus amigos”.
5. Ojalá me hubiera permitido ser más feliz.
“Muchos no comprendieron, hasta el final, que la felicidad es una elección. Se mantuvieron apegados a sus antiguos hábitos. El miedo al cambio les hizo fingir, ante ellos mismos y ante los demás, que estaban satisfechos”.
Articulo de Natalia Martin Cantero
http://www.vidasencilla.es

LA VOLUNTAD SOLA NO BASTA

Es habitual leer sobre temas que se relacionan con las adicciones: la voluntad, motivación, interés, constancia, etc. son muchísimos los aspectos sobre los que podemos trabajar con los adictos. Los familiares habitualmente achacan los problemas a algún aspecto deficitario del adicto. Ej: el adicto es poco contante, es poco positivo, es poco trabajador, el adicto es malo ....
Todos estos conceptos deben ser trabajados, pero partiendo de la siguiente premisa: EL ADICTO ES UN ENFERMO.
Cuando tienes una pareja con problemas cardiacos no lo escondes, ni niegas su problema. Con la adicción debiéramos de actuar igual. Acudamos a un profesional o centro especializado. Allí te hablaran de voluntad, motivación, constancia, etc de cosas que ya te suenan y a las que tu considerabas como soluciones. Pero todo en un orden, con un control, unas dosis, con unos protocolos.  Además de una supervisión médica y especializada.
Muchos son los padres que esconden el problema en sus casas e intentan aplicar medicinas "casera", hasta que la situación explota o se hace incontrolable.
Una adicción deteriora hasta llegar a anular la voluntad y la responsabilidad de quien la ha adquirido.

Si catalogas al enfermo de vago o irresponsable, reduces el problema a una anécdota. Pierdes la perspectiva:  si miras por un minúsculo agujero a tu pareja con una copa y los amigos,, es un detalle/anécdota.  Si te retiras para ver el problema. Ves una persona con la voluntad anulada, compulsividad hacia la adicción y sin capacidad para abandonar la adicción.

Aceptar y comprender el problema es fundamental para avanzar en la rehabilitación y abandono de las adicciones. La actitud de la familia influirá decisivamente sobre el adicto y su rehabilitación.

Aquí os dejamos el diálogo que su señoría y Carlos Moran mantuvieron en la publicación del grupo Vocento Salud Revista.es. Esperamos que os sirva y, si es posible, os divierta, que falta hace. Un saludo.

“La tarea de educar es tan difícil de definir como de ejercer. Eso sí, es para toda la vida. El juez reflexiona con cierto humor sobre este particular hasta llegar a las normas impuestas por el legislador que obliga a compartir la responsabilidad de la educación y el castigo entre los padres y los jueces.


(Carlos Morán) –¿Qué es educar?
(Emilio Calatayud) –¡Qué sé yo! Pero se podría resumir así: niños pequeños, problemas pequeños; niños grandes, problemas grandes; niños más grandes, problemas más grandes. Y así sucesivamente. Es decir, que te quitas de problemas cuando te mueres. En eso consiste la responsabilidad de ser padres. Ya digo, en realidad hoy en día, tener un hijo es un problema.
(Carlos Morán) –Hombre, no será para tanto…
(Emilio Calatayud)–Vamos a ver, ya he dicho que no tengo muy claro qué es educar, pero lo que sí sé es que la educación empieza desde el mismo momento en que llega la criatura al mundo. Desde que nacen, los niños están constantemente sometiendo a pruebas a sus padres. Y son pruebas de poder. Aunque los veamos tan pequeños, lo que ellos tienen en sus cabecitas es: ‘A ver si te puedo’. Cuando un bebé llora para que lo saques de la cuna y lo metas en tu cama, ya te está probando. Y como empieces a ceder ahí, mal vas. Hay que aprender a decir que ‘no’ desde el principio. Es necesario acostumbrar a los niños al ‘no’, a la frustración, a la firmeza. Si no, se aprovechan. Porque saben que los padres siempre están pendientes de ellos. Como decía antes, educar también es un ‘no vivir’. Cualquiera que tenga hijos, y más si es primerizo, sabe de lo que hablo. Primero te preocupas de si se engancha al pecho o no: ‘Que si me coge, que si no me coge’. Todo el día con la duda. Y por la noche, más dudas: ¿Respirará o no respirará? ¿Por qué llorará o por qué no llorará? No vives. Y cuando empieza a andar, más problemas: que si lo atamos con ‘correíllas’, que si no. Luego, la guardería: todos los mocos se los lleva tu crío y está siempre malo. Cada dos por tres, un viaje a urgencias: Urbasón, Apiretal, Dalsy… y vuelta a empezar.
(Carlos Morán)–Pues sí que era para tanto, sí…
(Emilio Calatayud)–Bueno, y solo es el principio. Cuando el niño cumple seis o siete años lo normal es que algún día te llegue a casa descalabrado o con la piernecilla rota. Y luego cumple catorce y comienza a darte la lata con la moto: que si cómprame la moto, que si todos tienen moto… Y tu cedes. Y, claro, nuevos problemas: ¿Llevará casco o no llevará? Y a los 18: ya no quiero la moto, ahora quiero el coche. Dame para sacarme el carné… Y tú: ¿Le doy para el carné o no le doy?; ¿le dejo el coche o no le dejo el coche?; ¿con quién irá?; ¿dónde andará?; ¿cómo vendrá?’. Después, que si la novia o el novio, que si se casa o no se casa, que si será feliz o no, que si se divorciará o no, que si el trabajo, que si los nietos, y otra vez a empezar… Ya digo, descansas cuando te mueres. Igual es complicado explicar qué es exactamente educar, pero lo que está claro es que es para toda la vida. Y quizá esa sea la mejor definición. El proceso educativo dura toda la vida. Si tienes hijos, siempre estás educando. Por eso valoras más a tus padres cuando eres padre. Mi padre me estuvo educando hasta el día que se murió. Por eso, porque educar es algo tan complejo como la vida misma, yo siempre digo que no puedo dar pautas ni consejos. No sé todavía si soy un buen padre. Es pronto para saberlo. Pero a los hijos nunca te los quitas de encima. Afortunadamente, claro. Porque también hay muchas alegrías.
(Carlos Morán) –¿Y ayudan el Estado y las leyes a esa ingente tarea que es educar a los hijos?
(Emilio Calatayud) –Pues eso ya no está tan claro. Por un lado, el legislador responsabiliza a los padres de los actos de sus hijos, y me parece bien, pero por otro nos quita autoridad.
(Carlos Morán)–¿Cómo es eso?
(Emilio Calatayud) –Por ejemplo, un padre tiene que responder económicamente si su hijo menor de edad comete alguna fechoría, pero luego, ese mismo padre no tiene la posibilidad de corregir razonable y moderadamente al chaval, que es lo que decía el Código Civil antes de ser modificado. Por eso digo que el legislador nos exige a los padres una gran responsabilidad, pero a la vez nos desautoriza. Y cuando el Código Civil hablaba de corregir razonable y moderadamente a los hijos no se refería al cachete. No estamos hablando de maltrato ni nada por el estilo, eso tiene que quedar muy claro. Lo que quiero decir es que sería bueno que el Estado nos devolviera a los padres esa posibilidad de corregir a nuestros hijos. Siempre pongo el mismo ejemplo: cuando un niño va a meter los dedos en un enchufe, podemos darle un manotazo para que no lo haga o tratar de razonar con él para que no se nos traumatice. Pero esta segunda posibilidad tiene un problema bastante grande: mientras intentas hablar con él para que se aparte del dichoso enchufe, lo más probable es que el chiquillo se te electrocute. Otro ejemplo: si un niño tira los ceniceros, puedes hacer dos cosas: corregirle para que no lo haga más o quitar los ceniceros de la mesa. Creo que es evidente que lo equivocado en este caso sería quitar los ceniceros. Eso no es educar”.
 Blog del jues de menores de Granada y el periodista Carlo Moran

El consumo de bebidas alcohólicas en menores de 18 años es habitual en nuestros días. Existen leyes que prohíben este consumo, así como la venta del alcohol a menores. Leyes muy “bonitas” que todos dicen respetar y comprender. Pero la realidad es que alguien les vende bebidas alcohólicas a los menores, y alguien les compra bebidas para que los “pobres” puedan beber.

La policía tiene de su parte leyes que les apoyan en sus funciones, pero o no funcionan o la dejadez social supera la ley.

Independientemente de leyes, debiera de existir los principios morales. Principios que debieran impedirnos comprarles o venderles a unos niños o niñas una botella de ron, vodka, ginebra, etc. Ver un borracho por la calle haciendo eses es molesto, pero ver a una niña en el suelo y borracha, eso no tiene palabras. Aun así, hay personas que quieren ser “ways” les compra unas botellas de alcohol. 

Todos dicen que el alcohol en los menores es perjudicial, pero la realidad supera lo que dicen todos. ¿Qué está fallando? Desde mi opinión: todos callan, y esperan que cada uno en su casa resuelva sus problemas. Nadie quiere asumir responsabilidades sociales, ni siquiera los gobernantes, y organismos oficiales. Se habla mucho de los jóvenes que son el futuro, serán el dia de mañana nuestros médicos, maestros, policías, serán…. Serán muchas cosas, pero con nuestra ayuda y educación desde niños. Ningún niños se convierte en veterinario a los 25 años por arte de magia, lo hacen por ser apoyados, ayudados, educados desde pequeños. 

En las películas vemos criminales que venden drogas a los niños en los colegios, y los condenamos por sus actos, los catalogamos de “criminales”. Pero si le compro una botella de ginebra a mi sobrino o vecino de 13 años, eso no lo considero mal. Los malos son otros.

EL PERDON Y EL OLVIDO


El perdón es una cualidad humana que nos posibilita superar situaciones muy difíciles, además gracias a el perdón podemos  avanzar y liberarnos de situaciones pasadas. “Sin perdón no hay futuro”.
Perdonar es el camino de la liberación, el que realmente se libera es quien perdona, echando fuera de su alma todo rencor y la venganza que solamente lo envilece y lo consume. "El perdonar no borra el mal hecho, no quita la responsabilidad  al ofensor por el daño hecho, ni niega el derecho a hacer justicia a la persona que ha sido herida”. Perdonar es un proceso complejo.
Perdonar no es lo mismo que reconciliarse. La reconciliación exige que dos personas que se respetan mutuamente, se reúnan de nuevo. El perdón es la respuesta moral de una persona a la injusticia que otra ha cometido contra ella. Uno puede perdonar y sin embargo no reconciliarse, como en el caso de una esposa maltratada por su compañero.
Perdonar no quiere decir que olvidemos, porque hay que aprender de las experiencias y olvidar puede llevarnos a cometer el mismo error dos veces.
Está claro que a no ser que sufras algún trastorno o una enfermedad mental, jamás podrás olvidar, esto es así de simple. No obstante, el olvido tiene relación con otro fenómeno que es “la relevancia” o la importancia”. Ejemplo: si me despiden del trabajo cuesta olvidarlo los primeros días y/o meses. Pasado un tiempo y con otro trabajo diremos si nos preguntan que de eso ni mi acuerdo, lo olvide. Pierde para mi importancia al haber cambiado mi situación.

Olvidar una infidelidad es duro y difícil, en ocasiones inolvidable. Pero una infidelidad es algo puntual. Aun si duro varios meses, fue un periodo concreto en la vida.
Olvidar una adicción es hablar de otra cosa. Una adicción suele mantenerse durante años, y ha conllevado muchísimos problemas: económicos, mentiras, riñas, peleas, malos hábitos, perdida de responsabilidades, ….  Las parejas de los adictos comprenden en las terapias que la adicción es una enfermedad, comprenden que muchas conductas fueron debidas a la adicción. Muchas parejas perdonan porque entienden que fue la adicción quien enfermo sus vidas. Muchos familiares perdonan al conocer que es una adicción. Pero eso es muy distinto a olvidar. Olvidar años de miedos, de manipulaciones, de mentiras cuesta mucho, pero mucho.
El olvido en la pareja del adicto se consigue con el tiempo y los comportamientos/conductas  demostrados en años. Los adictos quieren el perdón, algunos casi lo exigen. Y además, quieren el olvido de todos sus actos adictivos cometidos durante años.
Recordar que el perdón es algo que nos regalan, es un “don” de la otra persona hacia nosotros. Si queremos el olvido tenemos que conseguirlo con nuestros comportamientos diarios y tras algún tiempo. Pasado un tiempo sin consumir, la adicción pierde importancia en nuestras vidas. Y diremos eso de: “ya ni me acuerdo”.