Se dice que los seres humanos nos diferenciamos de las especies menores entre otras cosas, porque somos concientes de que somos finitos, es decir, que no viviremos por siempre y que la muerte se presentará en algún momento de nuestras vidas.  Es por ello que al hablar del duelo, que viene a ser la reacción afectiva, cognitiva y conductual frente a la pérdida, no podemos dejar de lado que estamos hablando de la muerte, y con ella estamos hablando del evento más estresante por el que puede pasar un ser humano.

Algunos investigadores han planteado que el proceso de duelo puede entenderse como un proceso de varias etapas.  La primera de ellas sería la etapa inicial inmediata  a la pérdida, en la que la persona se encuentra como en “shock”, usualmente se está en esta etapa durante el velorio, el entierro y los días posteriores, en los que la persona se encuentra confundida, no llega a creer que es cierto lo que ha ocurrido, hay mucha tristeza, problemas para dormir, falta de apetito y lo único que quiere la persona es estar sola.

Pasada esta etapa, la persona llega a ser conciente de que la persona querida murió, pero quiere recuperarla, por ello, es usual que se hable con la persona fallecida, incluso algunos afirman  haber visto a su ser querido o haberlo escuchado. Muchas veces se acompaña de culpa, ansiedad, cólera y problemas para dormir.  En esta etapa se recomienda desarrollar formas para recordar de una manera significativa al ser querido y comunicarse con éste, por ejemplo, rezar, escribirle una carta, hacerle un collage con sus fotos o hablar con alguien sobre él o ella.
La siguiente etapa se caracterizaría por la aceptación de la pérdida, pero viene la desesperación y la desesperanza, fatiga, ganas de dormir,  y la persona se siente sola a pesar de estar rodeada de amigos y familiares.
En estas primeras etapas muchas veces existe una presión tanto cultural como personal para encontrar un significado a la pérdida.  Es así como los familiares, los amigos, los guías espirituales le dicen a la persona “piensa que esto ha ocurrido por alguna razón”.  Desde un punto de vista cristiano, se afirma que Dios se lo ha llevado, que su misión es ahora cuidarlos desde el cielo, desde un punto de vista empático, se afirma que la persona estaba sufriendo, quizá por alguna enfermedad y la muerte ha significado que no sufra más y su cuerpo pueda por fin descansar. Otras veces, desde un punto de vista más racional, se inculca la idea de que todos tenemos un inicio de nuestra vida y un fin, y que todo lo que pasa en el medio es parte de este camino, en él ocurren cosas buenas, medias y no tan buenas, pero todo ello es parte de la vida.


Es innegable que encontrarle un sentido a la muerte es un buen consejo, ya que está comprobado que encontrarle una explicación a lo que nos ocurre nos da tranquilidad y alivio, pero qué ocurre cuando la persona aún no está lista para encontrarle este “significado” a la muerte de esa persona que tanto querían??  Es ahí cuando el que pasa por un duelo puede experimentar culpa y pensar “Yo no debería estar sintiendo esta rabia”, “Soy una mala persona por sentirme así” o “Yo debería estar entendiendo que esto que pasó tenía un propósito”, o llevarlo a pensar que nadie entiende realmente por lo que está pasando.

Es importante entender que las personas van a tomarse un tiempo variable para encontrar este sentido, cada uno tendrá su propio tiempo para hacerlo.  Esto no es algo que uno mismo u otros puedan imponer ni exigir, es más bien una búsqueda interna absolutamente personal. 

Pueden existir muchas formas de darle un sentido a la pérdida, sin embargo lo que está siempre detrás de esta búsqueda de sentido es la idea de crecimiento.  Todos los que hemos pasado por la pérdida de un ser querido podemos afirmar que aunque esto no fue una experiencia agradable, nos hizo crecer, cambiar, madurar, ver la vida desde otra perspectiva.  Esto nos lleva a hablar de la última etapa, que sería la de reorganización, en la que se toma nuevamente el control de la propia vida y la persona vuelve a sentirse con energía regresando a las actividades usuales que se tenían antes de la pérdida.  La tristeza y la pena pueden persistir en menor frecuencia y/o intensidad.

¿Qué tipo de crecimiento se podría esperar ante la pérdida de un ser querido?
Muchas veces la persona que pasa por un duelo estrecha aún más los vínculos con familia y amigos, se reconoce quiénes son personas incondicionales en sus vidas, también la persona puede reconocer en sí mismo fortalezas que no conocía o no creía tener.  Aquellos que pierden a alguien que aman,  aprenden a vivir un día a la vez y darle el justo peso a las experiencias negativas, es decir, aquello que antes parecían tragedias se ven de una manera más objetiva y algunos otros podrían encontrar o re-encontrarse con una espiritualidad que creían perdida.


Factores que ayudan a llegar a la aceptación de la pérdida:
  • Que sea algo esperado de manera lógica (ej. se espera la muerte de un anciano, más no la de un niño; se espera que los hijos entierren a sus padres y no que los padres entierren a sus hijos)
  • Si ha habido tiempo de prepararse y despedirse
  • Si la persona cuenta con apoyo espiritual
  • El encontrar un significado a la pérdida
  • Comunicarse con el ser querido de manera simbólica
  • El apoyo de familiares y amigos
  • Restablecer actividades poco a poco 

Articulo de  http://www.psicotrec.pe/

La adicción al whatsapp

Aunque se trata de una herramienta rápida, eficaz, que te pone en contacto en cualquier momento y lugar, los mensajes son gratis y puedes enviar fotos...esta aplicación está creando conflictos tanto en parejas como en relaciones sociales en general, debido a:

  1. Conflictos por las malas interpretaciones: Esto se debe a que creemos que economizando lo que escribimos se nos entiende. También que la otra persona sabe lo que estás sintiendo al escribir sin verte, sin oírte, es decir, sin una expresión que acompañe a la comunicación que es la comunicación no verbal. Nos referimos al sentido del humor, la tristeza, el amor, etc. Y no todos tenemos la capacidad de entender que hay otras posibilidades a lo que nosotros pensamos en un primer momento cuando leemos el mensaje. También tenemos que tener en cuenta que no es la misma situación para el que escribe, como para el que recibe el mensaje. Por ejemplo, el que lo envía está tomando un café y el que lo recibe está estresado en una reunión importante.
  2. Dependencia: Tenemos que escribir todos los días, cada vez que nos aburrimos o quitamos tiempo de cosas más importantes y/o productivas. Incluso a veces conduciendo o estando en el coche poniendo en peligro nuestras vidas y las de los demás.
  3. Impulsividad: No permite que ante un conflicto nos tomemos un tiempo de reflexión, en seguida mandamos el mensaje sin pensar en las consecuencias de nuestros actos.
  4. Interfiere en la cohesión entre las personas: Por ejemplo, vemos personas comiendo “juntas” o tomando un café y estando con el móvil mandando mensajes en vez de conversar con el de enfrente. A su vez pensamos que por escribir a alguien estamos más unidos con él, y si no existe la emoción en la interacción al final provoca el distanciamiento.
¿Me está afectando a mí?
 Hagamos la prueba:
  • Ejercicio 1: Intenta desconectar el móvil cuando acabes tu jornada laboral.
  • Ejercicio 2: Si tengo algo que decir a alguien importante o personal, llamaré por teléfono.
  • Ejercicio 3: Antes de escribir un whatsapp piensa si es necesario, si puedo postergarlo a otro momento más adecuado y, sobre todo, qué tipo de conversación quiero entablar. Después decide si lo mandas o no.
  • Ejercicio 4: Cuando esté con alguien centrarme en esa persona y no hacer caso a los mensajes que me lleguen.

FAMILIA Y ALCOHOLISMO

El alcoholismo o dependencia del alcohol es definido como una enfermedad que incluye síntomas tales como el deseo compulsivo de beber alcohol, pérdida de control y dependencia física entre otros.

El alcoholismo es una enfermedad que afecta integralmente a las personas, es decir que repercute en las áreas biológica, psicológica y social; siendo ésta una patología crónica, progresiva y mortal.

A pesar de que no existe, hasta el momento, una cura para el alcoholismo si existen diversos tratamientos que controlan la cronicidad y progresión de la enfermedad.

El impacto de la dependencia al alcohol en el seno familiar es enorme, originando separaciones, divorcios, episodios de violencia tanto física como verbal y abandono.

Encontrarme como profesional con el sufrimiento psíquico que trae aparejado esta enfermedad me permite afirmar que la misma no es un padecimiento solitario sino una patología que tiene un impacto significativo en los vínculos familiares. Dichas relaciones se ven atravesadas por lo incoherente y lo impredecible.
En los familiares  se observan actitudes y conductas que responden a una lógica propia de un funcionamiento familiar que intenta estabilizar dicho sistema familiar, haciendo más fácil y menos dolorosa la convivencia. Para ello, la familia adopta roles disfuncionales que los llevan a sobrevivir la enfermedad de uno de sus miembros.

Dichos roles pueden ser::

El rescatador: este miembro se encarga de salvar al adicto a los problemas que resultan de su adicción. Son los que inventan las excusas, pagan las cuentas, llaman al trabajo para justificar ausencias, etc. Ellos se asignan a sí mismos la tarea de resolver todas las crisis que el adicto produce. De esta manera promueve el autoengaño del adicto, manteniéndolo ciego a las consecuencias de su adicción y convencido de que no existe ningún problema con su uso.

El cuidador: ellos asumen con ímpetu todas las tareas y responsabilidades que puedan, con tal de que el adicto no tenga responsabilidades, o tenga las menos posibles. Ellos actúan así convencidos de que al menos "las cosas están andando". Lo que no pueden ver es que esto, los carga con tareas que no les corresponden y con responsabilidades que no son suyas, produciendo una sobrecarga que afecta su salud. Esto a su vez promueve la falta de conciencia en el adicto, del deterioro que produce la adicción en su funcionamiento.

El rebelde: la función del rebelde u oveja negra, es desenfocar a la familia y atraer la atención sobre sí mismo, de modo que todos puedan volcar sobre él su ira y frustración.

El recriminador: esta persona se encarga de culpar al adicto a todos los problemas de la familia. Esto sólo funciona para indignar al adicto, brindándole así una excusa perfecta para seguir consumiendo.

El desentendido: usualmente es tomado por algún menor de edad que se mantiene "al margen" de las discusiones y de la dinámica familiar. En realidad es una máscara que cubre una gran tristeza y decepción que es incapaz de expresar.

El disciplinador: este familiar presenta la idea de que lo que hace falta es un poco de disciplina y arremete al adicto, ya sea física y/o verbalmente. Esta actitud nace de la ira y frustración que se acumulan en la familia del adicto y de los sentimientos de culpa que muchos padres albergan por las adicciones de sus hijos.

La dinámica de estas familiar deja ver que las reglas suelen ser confundidos e inútiles y los límites rígidos o inexistentes. Está alterada la comunicación, tornándose indirecta y encubierta en donde los sentimientos carecen de valor.
Se observan conductas tales como sobreprotección, fusión o unión excesiva entre los miembros de la familia, incapacidad para resolver conflictos y una rigidez extrema. Así, el sistema familiar del adicto establece un estilo de vida que permite que la enfermedad continúe de generación en generación. Las familias alcohólicas se mueven y acomodan a las exigencias de la vida con un miembro alcohólico.

Existen algunos especialistas como Stephanie Brown, (1985) que es una de las pioneras en el tratamiento de las familias alcohólicas, quienes afirman que la familia con un miembro alcohólico no es una familia disfuncional, es una familia que ha aprendido a funcionar con un miembro enfermo gracias al reacomodo que se da a raíz de la enfermedad. Se vuelve disfuncional cuando el alcohólico entra en tratamiento y no se necesitan  los roles  tradicionales que mantenian los distintos miembros de la familia.

Los familiares manifiestan querer hacer algo por el adicto, pero no saben qué hacer, ni cómo hacerlo. Se ven afectados cognitiva y emocionalmente, al punto de dudar seriamente de sus intuiciones y observaciones. En ocasiones sus conductas dan cuenta de mecanismos defensivos que adquieren dimensiones tan patológicas como las del adicto. Dichas conductas en lugar de detener la enfermedad la prolongan.

Es importante recalcar que los miembros que integran la familia con un miembro alcohólico también enferman de manera progresiva. Los familiares persisten en roles disfuncionales, cuyo objetivo es el de proveer a la familia con un mecanismo de defensa para disminuir la ansiedad y el temor por el cual están pasando.

              Articulo de Lic. Carolina Eckart