La paradoja del banquero se ejemplifica de la siguiente
forma. Supongamos que usted es un banquero y que Juan acude a su oficina a
solicitar un préstamo. Usted comprueba que Juan tiene un historia de crédito
impecable, que cuenta con avales y que las perspectivas de su negocio son
brillantes, por lo que decide concederle el préstamo solicitado. Luis también
acude esa misma mañana a solicitar un préstamo. Sin embargo Luis aún debe
algunos recibos del préstamo anterior, carece de avales importantes, es mayor,
está enfermo y sus perspectivas de negocio son dudosas. Por consiguiente usted
decide denegarle el préstamo.
La paradoja consiste en que mientras que Juan, que no
necesita desesperadamente el dinero, lo consigue con facilidad, Luis, que si lo
necesita de manera apremiante, no lo consigue. Explicado de otra forma: Un
banco te concederá exactamente la cantidad de dinero que solicites, siempre y
cuando demuestres que NO lo necesitas.
Es como aquella frase de que en el banco prestan paraguas cuando hace
bueno, pero se afanan a pedirlos cuando empieza a llover.
¿Ocurre esta misma paradoja en educación? ¿Podríamos hablar
en los mismos términos de una “paradoja del profesor”?
Volvamos a la suposición inicial pero en este caso póngase en
el papel de un profesor que está corrigiendo exámenes. Juan es uno de sus
mejores alumnos, sus notas acostumbran a ser excelentes en todas las asignaturas,
sus padres siempre se muestran dispuestos y colaborativos con el centro y su
actitud en las clases suele ser atenta y participativa. Al valorar su ejercicio
usted pasa por alto algunos pequeños errores y unas leves omisiones y puntúa su
examen de excelente atendiendo a su historial y su conducta en clase.
Sin embargo Luis es un alumno revoltoso, sus notas se debaten
en el filo entre el suspenso y el aprobado “pelado”, sus padres nunca suelen
acudir a las reuniones del centro salvo que sean citados y su actitud en clase
es desinteresada y pasiva. Esta vez al valorar su regular ejercicio decidimos
suspenderlo, puesto que esperamos una mayor implicación y esfuerzo por su
parte.
Así, mantenemos nuestra atención y nuestro refuerzo
incondicional hacia los “buenos” alumnos, alentándolos a continuar en la misma
línea. Perdonamos u omitimos sus pequeños deslices atendiendo a que, sin duda,
se trata de pequeños errores perdonables y, por supuesto, atribuibles a causas
pasajeras como el estado de ánimo, el cansancio o el despiste, o externas, como
la influencia de sus compañeros. Sin embargo a la hora de valorar, de conceder
crédito a nuestros “malos” alumnos actuamos atribuyendo sus comportamientos a
características propias y estables: son así y así continuaran siendo.
En muchos aspectos de la vida (también en lo escolar) suele
funcionar una especie de ley de la inercia. Las cosas suelen ir a rachas, de
forma que cuando uno se encuentra en una espiral ascendente el viento parece
soplar siempre a su favor mientras que, por el contrario, cuando uno entra en
una espiral descendente todo parece ponerse en su contra. A perro flaco…
Fuente:http://lamariposayelelefante.blogspot.com.es