Hoy en día ya no importa cuánto vales sino cuánto
tienes, no importa cómo eres sino cómo te ve el resto, nadie se preocupa
por el valor interno y todos califican a las personas en función de la
imagen externa, porque la sociedad actual está basada en la apariencia.
La apariencia económica es esencial para hacerse un hueco entre los elegidos. En las reuniones de amigos ya no se pregunta en qué trabajas sino cuánto ganas con tu trabajo, ya nadie debate sobre polémicas socioeconómicas pero sí sobre la forma más rápida de hacer dinero.
El cómo ha dejado paso al qué, ya sólo importa conseguir lo que se busca, llegar al final sin importar lo que se deja atrás, olvidándose de amigos, familiares y, por supuesto, compañeros. Estar en la cresta de la ola, llegar al éxito supone tener más que los demás, sin importar lo efímero que ésto sea o lo vacío que te encuentre la cama al llegar a ella.
El mito del éxito ha sustituido al mito del buen salvaje, encontrarse a uno mismo carece de todo sentido porque todos queremos encontrar nuestro propio "El Dorado", y por ello la crisis nos golpea con toda su crudeza porque lo sentimos en lo más profundo de nuestros anhelos, ya no podemos consumir tanto como nos gustaría y sin consumo no nos queda nada.
Porque habíamos organizado nuestra vida alrededor de la posesión, del tener, del comprar, del superar a nuestros vecinos, de ir a la par con la última tecnología, pero ahora no nos lo podemos permitir, y ya no recordamos que había otras cosas en la vida.