"Cuenta una historia que dos
jóvenes judíos, Karl y Joseph, trabaron una intensa relación de amistad durante
los tres años de terrible cautiverio que pasaron en un campo de concentración
nazi. Tras dieciséis años sin verse, quedaron un día para cenar. Karl se había
casado, tenía dos hijas y trabajaba como ingeniero en una gran empresa. Hablaba
con ternura de su familia y con pasión de su profesión. Joseph, por otra parte,
había vivido prácticamente como un ermitaño. Y hablaba de su empleo con
desgana. Al finalizar la cena, Joseph, indignado, exclamó: “¡¿Cómo puedes vivir
tan tranquilo después de la injusticia que sufrimos?! Por más que pasen los
años, cada día me acuerdo de lo que nos hicieron”. Y tras una larga pausa, Karl
le contestó: “Querido amigo, por supuesto que recuerdo los tres años que
compartimos en aquel barracón. Sin embargo, aunque ya han pasado dieciséis años
desde que los dos fuimos liberados, me acabo de dar cuenta de que yo soy libre
y tú sigues encerrado allí”.
Sentirse víctima es fácil... y muy rentable, permite usar el sufrimiento como recurso para
influir en la conducta ajena.
La víctima
es la parte más desfavorecida de una relación, la persona que más sufre y que
suele salir más dañada. Pero ser una víctima también tiene sus ventajas: más consuelo, atención, mayor comprensión
por parte de los demás, cambios en su actitud…
El victimismo es el arte de utilizar el sufrimiento como recurso. A través de las quejas o de expresar malestar se transmite una exigencia soterrada a los demás, despertando en su interior un sentimiento de culpa.
El victimismo es el arte de utilizar el sufrimiento como recurso. A través de las quejas o de expresar malestar se transmite una exigencia soterrada a los demás, despertando en su interior un sentimiento de culpa.
¿Quién no ha intentado en alguna ocasión producir lástima para conseguir algo?, ¿quién no ha hecho sentir culpable alguna vez a otra persona?, o ¿quién no ha intentado eludir una responsabilidad exagerando su desamparo?
- Deformación de la realidad: El sujeto cree que es
sólo una víctima del entorno o los demás, por lo que la culpa en todo
caso, es siempre del resto. El sujeto muestra un gran pesimismo de la realidad que le rodea, sobredimensionando lo negativo, recelando
de lo que surge a su alrededor y presumiendo de que los otros son
injustos y le maltratan. De esta actitud surge un morboso afán por
descubrir agravios nimios, sin importancia, para sentirse discriminado o maltratado. De esta forma, su
susceptibilidad le lleva a reaccionar con crispación ante la más mínima
crítica, elevada inmediatamente a la consideración de grave ofensa.
Como detectar la manipulación
· No se dice
directamente lo que se desea, sino que se expresa en forma de queja o
sufrimiento.
· Quien recibe
la queja percibe una exigencia. Si
accede puede que deba renunciar a sus deseos o necesidades, y si se niega
aparece culpabilidad o miedo a que el otro se enfade o lo rechace.
· Se manifiesta
abiertamente la propia vulnerabilidad, en ocasiones de manera exagerada, en una
actitud de «pobre de mí».
· En ocasiones
aparece una actitud de recelo y susceptibilidad en la víctima. En todo se
perciben malas intenciones.
· El victimista
siente que él se sacrifica y nunca recibe lo mismo a cambio.
· Se justifica la propia actitud agresiva como
una defensa de anteriores ataques recibidos.
Víctimas y supervivientes
No es nada
fácil determinar por qué las personas, ante una misma situación, tienen
comportamientos tan distintos. Mientras unos tienen los recursos necesarios
para superar las adversidades, otros quedan atrapados en una dinámica negativa de la que
no son capaces de escapar y de la que, en muchos casos, ni tan siquiera son
conscientes.